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MALINTZIN 17: Miro la vida pasar

EUGENIO Y MARA POLGOVSKY


Por ƓSCAR BROX

La calle Daguerre, el Quai du Commerce, Washington Square o Rillington Place. Me gusta el cine que pone el foco sobre un lugar concreto y lo convierte en escenario, en personaje o, por quĆ© no, en un estado emocional; algo que palpita frente a la cĆ”mara. Que narra, documenta o atraviesa un periodo histĆ³rico. O, tambiĆ©n, una forma de mirar, de recordar o de filmar ese periodo histĆ³rico. El tiempo que pasa y todo lo que sucede en Ć©l. Malintzin 17 es el documental de una calle de CoyoacĆ”n, en MĆ©xico, y el testamento cinematogrĆ”fico de Eugenio Polgovsky, su director, fallecido hace unos aƱos. Tras la cĆ”mara, la ventana de su casa y la presencia intermitente de su hija observando y comentando cada cosa que graba, la vida que sucede unos metros mĆ”s allĆ” de la habitaciĆ³n. Todo aquello que vemos habitualmente y que, sin embargo, despierta el impulso creativo de convertirlo en un escenario, pantalla o composiciĆ³n. Hay que capturarlo, pese a su infinita sencillez, con el gesto aparentemente banal que suponen las conversaciones distraĆ­das entre padre e hija. La atenciĆ³n sobre las cosas menos importantes, el aburrimiento de los tiempos muertos o la mano cansada que olvida la obligaciĆ³n de construir un encuadre limpio. Dicho asĆ­, todos ellos son elementos que dibujan un lugar, que lo apresan y lo desmenuzan a cada instante, haciĆ©ndonos conscientes de que no hay forma de detener el tiempo; de que, en algĆŗn momento, esa grabaciĆ³n pasarĆ” de ser un documental a un testamento. CambiarĆ” su naturaleza, sus rasgos, se convertirĆ” en una extraƱa cuenta atrĆ”s, en la que los diĆ”logos adquirirĆ”n otro relieve y las cosas banales otra dimensiĆ³n. Otro fluir, sin su presencia.


Malintzin 17 arranca con un pĆ”jaro, con la mirada de padre e hija tratando de ubicarlo, con la cĆ”mara de Polgovsky conquistando ese trocito de calle y montando su campamento en mitad de un dĆ­a cualquiera. Con los cables del tendido elĆ©ctrico y las ramas de los Ć”rboles, las plazas de aparcamiento y los vehĆ­culos que circulan, los peatones, vecinos, el dĆ­a y la noche. En todo momento el cineasta se dedica a contemplar, a compartir. A curiosear. Lo hace con su hija y, por quĆ© no decirlo, lo hace con nosotros. PodrĆ­a estar leyendo en el marco de la ventana, como en un dĆ­a de verano, o llevando a cabo las tareas de casa. En un primer estadio de la pelĆ­cula, lo que reconocemos es esa invitaciĆ³n a mirar. A desentumecer los mĆŗsculos. A volver a apreciar lo sencillo. Y, sin embargo, la falta de aparatosidad formal de la propuesta visual de Polgovsky supone, tambiĆ©n, un desafĆ­o: ĀæquĆ© ver? ĀæCuĆ”ndo dejar de verlo? ĀæQuĆ© hacer con todo eso que vemos? ĀæQuĆ© valor le concedemos a ese documento? La tentaciĆ³n de las pelĆ­culas post-mortem nos invita a pensar en la recreaciĆ³n: la reconstrucciĆ³n de un momento que ya no volverĆ”. Esas conversaciones, ese mirar sin un objetivo fijo mĆ”s allĆ” de la contemplaciĆ³n. El retrato del documentalista que se descompone en cada uno de los detalles de su escena se transforma, unos aƱos despuĆ©s, en la bĆŗsqueda de cada uno de esos detalles que nos devuelven, ni que sea de manera precaria, la voz y los gestos del cineasta. Como si observĆ”semos a un fantasma que poco a poco va corporeizĆ”ndose en la pantalla. Eugenio Polgovsky transformado en el 17 de Malintzin, CoyoacĆ”n, MĆ©xico. La memoria sujeta al montaje. El documento devenido testamento, elegĆ­a, retrato forzosamente familiar. Amor de hermana que concluye el trabajo del creador muerto. Que restituye ese fluir perdido a las imĆ”genes grabadas unos aƱos atrĆ”s. Lo mĆ”s parecido, lo mĆ”s emocionante, a abrir una cĆ”psula enterrada para recuperar cada uno de los objetos almacenados. Y tambiĆ©n la clase de reflexiĆ³n que nos hace preguntarnos a propĆ³sito de la velocidad con la que envejecen las imĆ”genes y las formas que tenemos, que conocemos o en las que indagamos para mantenerlas jĆ³venes, vivas y palpitantes.


Lo hermoso de Malintzin 17 es que es, ante todo, un diĆ”logo entre padre e hija. Una reflexiĆ³n sobre la poĆ©tica de lo pequeƱo, de lo mĆ”s sencillo y elemental. Sus imĆ”genes, que a ratos pueden parecer torpes o poco trabajadas, actĆŗan como escudo frente al tiempo. Esa calle que nunca deja de grabar, entonces, se convierte en el verdadero escenario para la historia entre ambos personajes. Para el aprendizaje, que lo hay, lo que comparten y lo valioso del acto de ver. De saber apreciar lo llamativo, lo inequĆ­vocamente Ćŗnico, entre el marasmo de cosas que suceden en cualquier momento cotidiano. Eso tambiĆ©n es el cine. De ahĆ­, pues, que la obra de los Polgovsky tenga algo de retrato doble, de filme dual (y sobre el duelo) cuyas imĆ”genes apuntan en varias direcciones; a ratos como documento, a ratos como elegĆ­a; unas veces como ficciĆ³n o paisaje para construir ā€”para conservarā€” un retrato familiar y otras veces como pantalla a ese mundo pequeƱo que no se deja apresar por nuestras manos. Tan torpe, tan frĆ”gil, distraĆ­do como la mirada infantil de la coprotagonista, que no podemos dejar de observarlo con una atenciĆ³n renovada. AtraĆ­dos, en definitiva, por su falta de artificio y matices, lienzo blanco sobre el que pintar una historia. Una imagen. Un documental. Un testamento. Mirar la vida que pasa, a veces lenta y a veces precipitada, sin su fluir. āœ







Para leer el artĆ­culo original publicado en https://www.elantepenultimomohicano.com/ haga clic aquĆ­.

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